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Medio dormido, medio despierto, no recuerdo como estaba, pero en ese momento pude verme entre las sombras de una multitud que gritaba, estaba yo ahí, debajo de la cruz, eran los momentos en los que Jesucristo agonizaba, clavado, sangrando y con el rostro desfigurado por los golpes, su respiro se perdía entre los llantos de algunos y las voces de otros que maldecían su nombre, yo estaba de pie, pero no era parte del pueblo, estaba vestido con el uniforme romano, yo mismo era uno de esos soldados, alejando con mi lanza a las personas que querían acercarse y escuchando las risas burlonas de mis compañeros de milicia, pero, ¿qué hacía yo ahí?, trataba de contestarme la pregunta tratando de entender la escena, mientras otro de mis compañeros soldados sacaba un juego de dados, y levantaba del suelo con su espada las œnicas pertenencias que había dejado Jesús. "Vamos a repartirlas" -gritó sarcásticamente, "Tira los dados -respondía otro- éste va por las sandalias".
Mi cara era de asombro, no estaba de acuerdo con eso, sin embargo me hice participe del juego, y de la burla, no porque realmente me estuviera divirtiendo, sino porque no quería quedar como tonto ante mis compañeros, éramos soldados, éramos hombres y tocó el turno de tirar los dados al siguiente guardia; mientras a mi espalda estaba ocurriendo el acontecimiento más grande e importante de la historia humana, yo participaba en la repartición de las prendas, de pronto volteaba levantando mi vista, tratando de ver el rostro de Jesús, el me vio directamente a los ojos y contrario a lo que podría esperar, su mirada no me veía con enojo o con odio, sino al contrario, sus ojos reflejaban la misericordia más grande que jamás podría explicar, bañada su expresión con una profunda tristeza y compasión.
Ya habían ganado las sandalias, ahora la jugada iba a ser por la túnica, una túnica rota y sucia, con una mezcla de tierra, sudor y sangre, sin valor objetivo pero a fin de cuentas jugábamos por ella, por burla, por sarcasmo qué sé yo, lo importante en ese momento era saber ¿quién se quedaría con ella? Los minutos pasaban y la tarde se perdía, una leve lluvia la acompañaba mezclándose con las lágrimas de algunos de sus seguidores que cautelosos se escondían, con miedo y con la impotencia de ver agonizar a su Maestro.
Unas gotas, mucha gente, muchos gritos y los soldados jugando a los dados; unas prendas tiradas y Jesucristo en medio de todo, en medio de nosotros, en medio de la historia y en medio del universo.
La suerte me favorecía, la túnica ahora era mía, sonreí sin alegría, era mi turno de tirar los dados, mis compañeros se emocionaban y seguían riendo, seguían burlándose y ofendiendo a Jesús, mientras él seguía agonizando, tiré los dados y al caer estos a la tierra se escuché un relámpago en el cielo, algunos se asustaron, otros caminaban de regreso a sus casas, la lluvia seguía, los soldados reían.
Ahora el cordel que antes sujetaba la túnica tenía dueño, ya no había más prendas, pero a uno de ellos se le ocurrió decir que en cuanto bajaran al hombre de la cruz sortearíamos la corona y también los maderos para hacer leña, mi cara dibujaba la sonrisa más falsa que alguien pudiese tener, en mis manos descansaba la túnica, yo tenía algo que pertenecía a Jesús y me había adueñado simplemente por ser un soldado, mientras algunos de sus verdaderos seguidores tal vez soñaban en guardar esa prenda del maestro que les recordara sus milagros, su vida y su ejemplo, pero yo la tenía, y quizá llegando a casa simplemente la tiraría a la basura, porque no había valor sentimental en mi por aquel Jesús y menos por aquella prenda, mi interior se preguntaba: ¿por qué lo hacía?, ¿por qué con Él?, ¿por qué debajo de la cruz?
Discretamente mi mirada se estrelló contra el piso y una lágrima que no pude contener se confundió entre la llovizna, repentinamente escuché una voz que me preguntó: “¿Por qué lloras?" al instante limpié mi rostro con la mano derecha y nuevamente dibuje mi sonrisa falsa, tenía miedo a que se burlaran de mi, pero al levantar la vista no vi a mis compañeros de guardia, no estaban los soldados, era una persona vestida con jeans y camiseta negra, con ropa normal, actual, estábamos en este año dos mil: "No llores -repitió esa persona- más tarde llegará gente y las ventas van a estar mejor, éste congreso es de los mejores, el problema es que hoy hay tantos congresos que la gente ya no compra tanto".
De pronto no entendí lo que pasó, mi armadura ahora no era la de un soldado, levante mis manos como examinándome y mi ropa era la normal, parecía que el mal sueño de estar debajo de la cruz había terminado, y en vez de estar en aquella cruda escena, estaba ahora dentro de un congreso cristiano de esos que ya son tan comunes en nuestros días, ya no estaba tirando los dados para repartir las cosas de Jesús, ahora estaba ahí, esperando que terminara la predicación en el interior del auditorio para que la gente saliera a comprar mis “productos cristianos", ahora no tenía esa pesada armadura sino una mesa llena de algunas camisetas con mensajes impresos, frente de mi estaban muchas mesas más, había quienes vendían libros, música, cuadros, bisutería, panderetas y un sin fin de productos llenos de versículos que los convertían en "cristianos", mi mirada nuevamente era de asombro, ¿qué me estaba sucediendo?.
La misma persona que me dijo que no llorara se reía y me animaba a diversificar mis productos me decía: "tienes que distribuir tus cosas en todo el país y fuera del mismo, los productos cristianos están creciendo, organizaste y aprovecha la oportunidad".
Yo sonreí haciéndole creer que estaba de acuerdo con su consejo, pero su imagen se difuminaba con la de aquellos mismos soldados al pie de la cruz, mientras seguía aconsejándome en cuanto a hacer crecer lo que el llamó— "tu ministerio"; Las imágenes seguían confundiéndome, al pie de la cruz, nos repartíamos las ropas, al pie de un congreso, al pie de la presencia de Dios nos repartíamos "ministerios", unos vendiendo, con la túnica, con lo que cubría a Jesús, con la música, con los cuadros, con lo que queremos cubrir al cristianismo, cada uno de los romanos decía "esta prenda es mía, yo me la gane en el juego de los dados", cada uno de nosotros decimos: "Yo tengo este "ministerio" , yo me quedo con esta parte que le pertenece a Jesús, yo me quedo con este don y lo voy a mostrar a los demás, pero es mío, porque yo me lo gane" y nos reímos y nos ufanamos de saber que tenemos "ese algo" especial que los demás no pudieron obtener, porque somos soldados cercanos a la cruz, y olvidamos el evento más importante en el que estamos, olvidamos que la presencia de Dios esta ahí, tan cerca de nosotros y tan lejos nosotros de Él, con la codicia de repartirnos cada vez más de lo que vestía a Jesús en vez de voltear la mirada a su rostro, de encontrar la misericordia en sus ojos y el amor en su sacrificio, pero seguimos con la mirada en las cosas de abajo, en cada pertenencia de Jesús, en las cosas que se van a un segundo término, a un término sin importancia, siendo parte del evento más maravilloso de estar cerca de la presencia de Dios y codiciando quedarnos con algo que lo pueda representar, que podamos decir: "mira esto es mío, esta túnica, o este cordel es mío" cuando en realidad simplemente se lo hemos arrebatado a Jesús.
"Mira, este ministerio es mío, esta música es mía, esta forma de predicar es mía, esta iglesia es mía" seguimos luchando después de dos mil años de esa muerte en la cruz, después de esa tarde lluviosa en la que olvidando a Jesús nos apropiamos de lo de Jesús, hoy estamos viviendo esa misma tarde, la noche se acerca, la lluvia cae, los millones de personas que siguen maldiciendo su nombre, los pocos verdaderos seguidores que lloran de dolor al ver lo que estamos haciendo en Su presencia, peleando y sorteando cada parte de Jesús, luchando entre nosotros como soldados, tratando de quedarnos con lo mejor, pero ¿de qué nos sirve tener la túnica?, ¿de qué nos sirve tener la más grande iglesia, el más reconocido ministerio, si no nos damos cuenta que el evento principal y la presencia de Jesús esta ahí, mezclando sus lagrimas con su sangre, su dolor con su misericordia, su perdón con su paciencia, mientras Él nos ve discutiendo y sorteando nuestras diferencias como cristianos, con las doctrinas de sandalias, mantos, cordeles, túnicas y hasta de coronas, con las lanzas que llevamos y con ellas alejamos a esas personas que quieren acercarse a ver al Maestro cara a cara, solamente un poco más de cerca, y nosotros las alejamos, no con punta de lanza, con la punta de nuestras actitudes, de nuestra ambición y de nuestro mercantilismo, peleando por ver quién tiene la doctrina “más santa”, la de mayor alcance, la más ungida, discutiendo por las coronas, haciendo perder la vista de la multitud que en lugar de concentrarse en el evento de la muerte redentora de Jesús, bajan su vista y nos ven peleando y sorteando lo que es de El; somos hoy los mismos soldados, los mismos comerciantes, los mismos pastores, los mismos evangelistas, los mismos maestros, los mismos discípulos, los mismos músicos, los mismos organizadores de eventos, los mismos que con la boca lo profesamos pero con nuestra actitud lo negamos, los mismos que seguimos predicando mientras Él nos ve, y en su boca sigue la misma frase que dijera en aquella ocasión:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"
Y seguimos al pie de la cruz, tan cerca de Jesús y tan lejos de Él.
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